martes, 25 de junio de 2019

Adictiva - Argos

Placer violento encadenado a lo fugaz.
Un deseo masoquista y a la vez sádico.
Las contradicciones constantes de lo erógeno y el espiritu.
Saboreando los hilos violetas del propio corte. La carne usada como lienzo, como escultura moldeada por el éxtasis, y el tiempo penetrandome la adrenalina que carcome el ánima.

No veo motivos para negarme a la sed que pulsa en dónde los dedos nunca llegan a rascar.
¿Por qué desviar la escucha de mi hambre de consumo intimo y mórbido de la piel?

La existencia se evapora en cada inyección desvirgada, en cada bocanada impura, sepultando elegante la lujuria que me recuerda que soy mi animalidad, el comienzo de un fin inagotable.

Arte ilustrativo: "A adictiva"

lunes, 24 de junio de 2019

Fragmentos de: LLAMADA DE AUXILIO - ROBERT ARTHUR

Por décima vez en aquel día, Martha Halsey leyó en alto, y con voz ligeramente temblorosa, la noticia aparecida en el Dellville Call: "La firma de bienes raíces Boggs y Boggs anuncia que hoy ha puesto a la venta la vieja mansión. Halsey, que se halla situada frente a los Tribunales. La venta de la casa, propiedad de las señoritas Martha y Louise Halsey, ha sido ordenada por su sobrina, la señora Ellen Halsey Baldwin." Esta vez Louise, con las manos, surcadas de venas azules, escondidas entre los pliegues de la colcha en que estaba trabajando sobre su silla de ruedas, no dijo nada. A las palabras de Martha sólo respondió el viento de Nueva Inglaterra que, al azotar la vieja casa, tan lejana del ruido y el bullicio de la ciudad, producía un agudo ulular. Durante todo el día, desde que Ellen trajera el periódico del buzón, inmediatamente después del desayuno, las dos mujeres habían estado releyendo y comentando desde todos los ángulos la noticia. Primero Louise insistió en que debía de tratarse de un error. Martha respondió, con un bufido, que ni hablar. Luego Louise sugirió que llamaran a Ellen y le preguntasen. Sin embargo, desde lo profundo de su cerebro, cierto instinto de precaución aconsejó a Martha decir que no. Y ahora, tras un día de incesante especular, exhaustas ya de tanto emitir conjeturas, la respuesta se le apareció, radiante, a Martha. Aquél era el único motivo posible y, al aceptarlo, todos los acontecimientos que se habían producido en los seis meses anteriores - incluyendo la muerte de la pobre "Queenie", la semana pasada -, cobraron valor. Antes de hablar, Martha contuvo el aliento. Luego, con lentitud y calma, reveló la verdad a Louise: -Louise: estoy convencida de que Roger y Ellen desean matarnos. -¿Matamos? - Louise, desde su silla de ruedas, le dirigió una mirada de incredulidad -. ¡Oh, no, Martha! -No puede ser otra cosa - replicó su hermana. Sus facciones, eran duras como el granito de Nueva Inglaterra. A pesar de sus ochenta años, los ojos de la mujer fulguraron. Siguió -; Ahora comprendo por qué Roger y Ellen insistieron tanto en que abandonáramos nuestra casa de la ciudad y nos viniéramos a vivir con ellos
. y 157 Recopilación de Alfred Hitchcock Prohibido a los Nerviosos también por qué nos persuadieron de que les diésemos plenos poderes para que Ellen pudiera manejar lo que Roger llamó tediosos detalles menores referentes a nuestra fortuna. »Cuando se examinan los hechos bajo la adecuada perspectiva la verdad resulta diáfana. Primero, Roger y Ellen nos aislan de todos nuestros amigos y vecinos. Ahora tienen el valor de vender nuestra casa. Y no cabe duda de que, pronto, muy pronto, esperan heredar nuestras acciones y bonos. -¡Pero eso no podrá ser hasta que muramos! – jadeó Louise. -Ahí quería ir a parar. Martha se levantó y fue trabajosamente hasta la ventana de la salita-dormitorio que ambas hermanas compartían. Para no causar trastornos a su cadera enferma, no se movió con excesiva prisa. El viento otoñal de Nueva Inglaterra agitaba las desnudas ramas de los árboles que rodeaban la vieja mansión colonial. Martha abrió la ventana, exponiéndose a la fría ráfaga de aire que entró. -j"Toby", "Toby"! -llamó-. ¡Ven, "Toby"! No se produjo ningún «miau» de respuesta, ni acudió a la llamada ninguna forma color canela. La mujer cerró la ventana y regresó al círculo luminoso producido por la gran lámpara de kerosene que había sobre la mesa del centro, cerca de la silla de ruedas de su hermana. -Primero "Queenie" - dijo, con desesperación-. Ahora, "Toby". Ya verás: mañana o pasado, Rober traerá a "Toby", tieso y frío, y simulará que se siente desolado... Lo mismo que hizo la semana pasada, cuando trajo a "Queenie". Y "Toby" estará envenenado, desde luego. Martha dirigió una fulgurante mirada a su hermana, Louise apartó los ojos. -¡Pobre "Queenie"! -dijo-. Roger opinó que debía de haberse comido algún cebo envenenado de los que dejan los agricultores. Y eso es cierto, Martha. Los campesinos... -¿Crees que "Queenie" iba a comerse algo así, acostumbrada como estaba a que la alimentaras con tus propias manos durante ocho años? -preguntó Martha-. "Queenie" era una gata muy escrupulosa. Te diré quién la envenenó: ¡Roger, y nadie más! Mientras el viento silbaba alrededor de aquel ala de la vieja mansión, Louise la miró. -Pero..., ¿por qué? -Piensa en este último mes, en los achaques que has tenido. Un día te sientes débil y enferma. Al siguiente, estás mucho mejor. Luego, un par de días más tarde, vuelves a encontrarte mal. ¿Cómo explicas eso? -Cuando una pasa de los setenta y cinco... -Qué tontería! Cuando estábamos en casa, nunca tuviste esos achaques. -Sí... Eso es cierto. Nunca los tuve. -¿Entonces? No creo que tenga que recordarte que, como farmacéutico, Roger tiene acceso a toda clase de drogas... Incluidos los venenos. -jOh, Martha, no! -Roger es muy listo. Lo hace poco a poco, de forma que nos vayamos sintiendo paulatinamente enfermas y un día muramos... debido a «causas naturales».-Martha pronunció las últimas palabras en un tono casi silbante -. Todos tus síntomas, Louise, corresponden al envenenamiento crónico, probablemente con arsénico. "Queenie" comía de tu plato y, siendo mucho más pequeña, murió, mientras tú sólo te sentiste mal. Y Roger nos la trajo contando la estúpida historia de que se había comido un cebo envenenado puesto por algún granjero. Martha aspiró profundamente y prosiguió, con sarcasmo: -Entonces Roger comprendió que lo mismo podía sucederle a "Toby". Sólo que "Toby" quizá se pusiera enfermo aquí, delante de nosotras, y tal vez eso nos hiciera sospechar la verdad. Por tanto, decidió cuidar personalmente de él. Y ahora el pobrecillo "Toby" ha desaparecido. -¡Qué horror! - gimió Louise -. Pero..., ¿cómo puedes estar segura? -Basándome en las pruebas, incluyendo el nuevo coche que Roger trajo ayer. -Pero, en realidad, no se trata de un auto nuevo - objetó Louise -. Es de segunda mano. Y Roger necesitaba uno, porque el invierno se nos echa ya encima. -Ahí está la clave: necesidad. Roger y Ellen necesitan dinero imperiosamente. Ya sabes lo poco que Roger gana en la farmacia del señor Jebway. Debes considerar todos los hechos. Hace dos años, cuando vino a este lugar, Roger era un don nadie, un completo desconocido. Conoció a Ellen y no cesó hasta casarse con ella.
Sin embargo, admitámoslo, Ellen no vale gran cosa. ¿Por qué atrajo tanto a Roger? En aquellos momentos ya me lo pregunté. Ahora sé la respuesta. Fue debido a que Ellen era nuestra sobrina y única heredera. Y nosotras poseíamos la casa y las acciones y bonos que papá nos dejó. Roger vio ahí su oportunidad. Se casó con Ellen con la idea que, en un día muy próximo, podría echar mano a nuestra propiedades... envenenándonos a las dos. -Lo de Ellen es cierto - admitió Louise, con un gesto de duda en las pequeñas y arrugadas facciones -. Es fea. Pero posee un carácter muy dulce, y los hombres no siempre se casan atraídos por una bonita apariencia. Martha apuntó a su hermana con un huesudo dedo. -Sabes tan bien como yo que Ellen ha cambiado. Te habrás dado cuenta de lo reservada que se ha vuelto; de que elude hablar de la casa cuando nosotras aludimos a la eterna conversación; de las secretas miradas que ella y Roger cambian cuando se creen que no miramos. Y, sobre todo, de que, cuando sale a relucir el dinero, los dos cambian de tema. Martha se inclinó hacia adelante, bajando la voz. Siguió: -Lo había olvidado. Pueden estar escuchando al otro lado de la puerta. Como iba diciendo, consideraba todos los hechos. En nuestra casa de la ciudad éramos felices. Luego, el verano último, Ellen y Roger trataron de hacernos creer que estaban preocupados por nosotras. Dijeron que, a causa de mi cadera enferma y de tu artritis, no podíamos cuidarnos de forma adecuada. ¡Tonterías! Debimos vender alguno de los bonos y contratar una criada y una cocinera. -Pero, no. Como estúpidas ancianas, estuvimos de acuerdo en otorgar a Ellen plenos poderes y en venirnos a vivir aquí con ellos. Ahora estamos completamente aisladas. Nunca vemos a nadie, y apenas salimos de casa. No recibimos correo. Ni siquiera el juez Beck ha venido a vernos, y eso que le escribí hace tres días, pidiéndole - no, implorándole - que nos visitara. Le dije que deseábamos hablarle de algo importante. -¿Escribiste al juez Beck? -exclamó Louise-. No me dijiste nada. -No quería preocuparte con mis sospechas. Pero ahora estoy segura y voy a contárselo todo al juez. Si es que le vemos, porque ahora creo que Roger no mandó mi carta. Martha frunció los labios y prosiguió: -De todas maneras, debemos enfrentarnos a la realidad. Roger se está impacientando. Resulta evidente que su plan es que tú mueras antes. Luego iré yo. Y nadie sospechará nada. -¡Oh, Martha! -los claros ojos de Louise parpadearon, denotando su agitación. -Les llamaré, a ver lo que dicen. No, no creas que voy a acusarles. Pero, por la forma en que contesten a mis preguntas, sabremos cuánto tienen que ocultar. Cojeando, Martha fue hasta la puerta que conducía, a través de un pequeño vestíbulo, a la parte principal de la casa. Desde el umbral, la anciana llamó: -¡Roger! ¡Ellen! -¿Sí, tía? - respondió una joven voz femenina. Martha volvió a su sillón y poco después entró Ellen. Era una joven de ojos saltones, barbilla sumida y expresión preocupada. Secándose las manos en el delantal, anunció, sonriendo: -La cena estará en seguida. Tenemos carne asada. ¿Les apetece? -Desde luego, Ellen - replicó Martha -. Pero deseábamos hablar con Roger. -¿Alguien me ha llamado? - En el vestíbulo se oyeron unos pesados pasos y, al cabo de un momento, Roger apareció junto a Ellen. Era un hombre bajo, con cabellos como púas y un aspecto que hubiera parecido casi alegre, a no ser por las gruesas gafas y las líneas que rodeaban su boca. -Aquí estoy, queridas tías - el hombre rió, como si hubiera hecho un chiste -. ¿En qué puedo servirlas? Roger pasó un brazo alrededor de la cintura de su esposa y dirigió una alegre sonrisa a las dos ancianas. Sin embargo, sobre sus cordiales labios, sus ojos, aumentados por las gafas, parecían escrutar los secretos pensamientos de ambas mujeres. -Mis tres chicas favoritas, y todas en una misma casa. Es mi harén secreto. - Luego dio un achuchón a su esposa. -Roger, me he estado preguntado por qué no he recibido noticias del juez Beck - dijo Martha -. ¿Le diste mi 159 Recopilación de Alfred Hitchcock Prohibido a los Nerviosos carta? -Pues... no - Roger parecía lamentarlo -. Iba a decírselo esta noche, tía. Se la dejé a su secretaria. El juez Beck no está en la ciudad. -¿ Que no está en la ciudad? - exclamó Louise, mirando fijamente al marido de su sobrina. Roger carraspeó y ni a Louise se le escapó la mirada que él y Ellen cambiaron. -Se ha ido a Boston para un asunto. Su secretaria me dijo que era algo muy importante. -El juez no tiene clientes en Boston - aseguró Martha, con firmeza. -Se trataba de algo relacionado con un cliente local - replicó Roger. Su sensación de incomodidad resultaba cada vez más evidente. -¿Y cuándo regresará? El juez detesta Boston. -Dentro de un día o dos. Tan pronto como vuelva, le entregarán su carta. -Mmmm - Martha lanzó una mirada a Louise, y ésta hizo un leve ademán de asentimiento que significaba, con la misma claridad que si lo estuviera diciendo, que también ella comprendía el significado de las evasivas respuestas de Roger -. En el Call de esta semana hay una noticia que dice que Ellen ha confiado nuestra casa a Boggs para que la venda. Empleando, desde luego, los plenos poderes que le otorgamos. Estoy segura de que se trata de un error. De nuevo las dos hermanas advirtieron la rápida mirada que se cruzó entre Roger y Ellen. El aire de seguridad de Roger se alteró un poco. -Pues, no tía Martha - dijo -. La casa necesita tantas reparaciones... Creímos que ustedes eran felices con nosotros y... Bien, nos pareció que debíamos vender el edificio. -¡Roger! - Martha se puso en pie y, apoyándose en su bastón, quedó frente a él. El hombre apartó la mirada -. Recuerda que sólo admitimos venirnos a vivir contigo y con Ellen si podíamos regresar a nuestra casa en cualquier momento que deseáramos hacerlo. ¿No es así, Ellen? -Sí, claro, tía Martha - replicó su sobrina, retorciéndose el delantal. -Lo cual significa que no tenemos intención de venderla mientras vivamos. -Queremos regresar a ella - dijo Louise, con voz trémula. -¡Pero, tía Louise...! - protestó Ellen -. ¡No puedes hacerlo! -¿Por qué no, eh? - preguntó Martha, retadora. -Pues... ya estamos casi en invierno - explicó Roger, recuperando su compostura -. La casa necesita un nuevo sistema de calefacción, e instalar uno sería un trabajo largo y caro. Tal vez el próximo verano pueda hacerse. Recuerden que cuando no se está muy bien de salud, no hay nada peor que una casa fría - su aspecto era casi suplicante, aunque los surcos que había alrededor de su boca parecieron profundizarse -. Además, como dice Ellen, queremos que estén ustedes con nosotros. Creíamos que se sentían satisfechas de no vivir solas. Con una mirada, Martha advirtió a su hermana que no insistiera en sus protestas. Luego dijo: -Pensaremos en ello y lo discutiremos con el juez Beck. -jEsta es mi chica! Bueno, Ellen, vamos a cenar. Esta noche tengo que regresar a la farmacia. El señor Jebway tiene un poco de gripe. Roger y Ellen se retiraron a su parte de la casa. Martha se volvió hacia Louise: -¿Qué te parece? ¿Estás ahora de acuerdo conmigo? -¡Oh, sí! - suspiró Louise -. Roger ha dicho tantas mentiras... El sistema de calefacción de nuestra casa funciona perfectamente. Desde que papá lo instaló, hace treinta y siete años nunca tuvimos ningún problema con él. -¿Y qué cliente local iba a necesitar que el juez Beck fuera a Boston? - preguntó Martha, con leve sarcasmo -. ¿Observaste lo rápidamente que Roger decidió que debía regresar a la tienda esta noche? Lo más probable es que necesite coger más veneno del que tiene el señor Jebway. -¡Marthal - Louise se puso los dedos sobre los trémulos labios. Aquella noche, las dos hermanas durmieron mal. Martha se levantó varias veces para ponerse la bata, abrir la ventana y llamar a "Toby". Pero siguió sin producirse ningún «miau» de respuesta. -"Toby" ha desaparecido - dijo a Louise a la mañana siguiente -. Nunca volveremos a verle. -¡Pobre "Toby"! -las lágrimas empañaron los claros ojos de Louise-. ¡Son unos monstruos! Y yo que 160 Recopilación de Alfred Hitchcock Prohibido a los Nerviosos pensaba que Ellen era tan dulce... -Lo era - replicó Martha -. Roger la ha cambiado por completo. La mujer siempre sigue la dirección que marca su marido. -Pero estar dispuesta a ayudar a Roger a que nos mate... -Hasta ahora, sólo han asesinado gatos. Ya encontraremos alguna forma para evitar que nos eliminen. Tengo un plan - el tono de Martha era amenazador -. Me disgustaría recurrir a él, pero, si no hay más remedio, lo haré. [...]-De acuerdo -dijo Louise, resignada-. Y, desde luego, no tomaremos nada de lo que nos sirvan. -¡Claro que no! Ahora silencio... Acaba de llegar Roger y me parece que Ellen nos trae la cena. Se produjo un leve ruido de cacharros y Ellen entró llevando una bandeja con platos y cubiertos. Tras ella apareció Roger. Sus gruesas gafas brillaban bajo la luz. -El doctor Roberts me dijo que trajera cierta medicina especial, tía Louise - explicó el hombre. Sonrió ampliamente, tiró el frasco al aire y volvió a agarrarlo-. Hubiera sido más barata si estuviera llena de polvo de oro, pero dentro de una semana te sentirás más fuerte que un potrillo. -Muchas gracias, Roger. La tomaré más tarde. -La receta dice que antes de las comidas, y eso es ahora. Tómatela. Extrajo del frasco una píldora roja y llenó un vaso con agua. Louise dirigió una implorante mirada a Martha y luego se tragó la pastilla. -Esta es mi chica. Antes de acostarte debes tomar otra. -¿Han visto a "Toby"? - preguntó Martha -. Aún no ha aparecido. Roger se humedeció los labios y Ellen dijo, con rapidez: -¿ "Toby"? No, no lo he visto, pero estoy segura de que regresará. Estará vagabundeando. -Me pareció oírle en el sótano. Su maullido sonaba lastimosamente débil - Martha parecía ansiosa -. Por favor, Roger: ¿podrías bajar a ver? -¿En el sótano? - Ellen y Roger cambiaron una mirada de incomodidad -. No sé cómo va a haber bajado allí. Además, le habríamos oído antes. -Por favor, Roger. De todas maneras, mira. Tú también le oíste, ¿verdad, Louise? -¡Oh, sí! Estoy segura de que está abajo – dijo Louise. -No cuesta nada mirar - sugirió Ellen -. Quizá se metiera hace un par de días, cuando bajé a buscar las conservas. -De acuerdo, iré - Roger enderezó los hombros, con exagerados movimientos marciales -. Salgo hacia el sótano en misión para encontrar al viejo "Toby". Se fue y poco después le oyeron bajar las escaleras. Un momento más tarde escucharon su amortiguada voz que, desde abajo, decía: -Aquí no hay rastro de ningún gato. -Por favor, Ellen, ve tú misma a mirar – suplicó Martha -. A lo mejor "Toby" está escondido en la carbonera, y por eso Roger no puede vede. -Bien, como quieras - replicó Ellen, y salió del cuarto para unirse a su marido -. ¡Aquí, "Toby"! -la oyeron decir-. ¡Ven, bonito, ven! Cojeando, Martha fue hasta el vestíbulo y, silenciosamente, cerró la puerta del sótano. Luego echó el pesado cerrojo. -¡Ya está! -exclamó, con acento triunfal-. Ahora podremos escapar. -¡Pero nos helaremos! - gimió Louise, mientras Martha la sacaba casi a empujones de la cama y la envolvía en su grueso abrigo -. Y ellos sólo tendrán que mandar a por nosotras. -No te preocupes. No lo harán. Martha se puso su propio abrigo, se colocó un echarpe sobre la cabeza y ayudó a su hermana a sentarse en la silla de ruedas. Para entonces, Roger y Ellen ya habían descubierto que la puerta tenía echado el cerrojo y la golpeaban con fuerza. -¡Tía Martha! -llamó Ellen -. ¡Abre la puerta! ¿Porqué la has cerrado? -¡Tía! - gritó Roger -. Como broma, está bien, pero ahora déjanos salir. "Toby" no está aquí. Hemos mirado en todas partes. -No está, porque ellos le mataron - dijo Martha a su hermana, con dureza. Empujó la silla de Louise a través del vestíbulo y la hizo bajar por la escalinata del porche. La noche era terriblemente oscura y estaba llena de continuos murmullos. Un helado viento agitaba las desnudas ramas de los árboles. Louise gritó de angustia mientras Martha la empujaba por el pequeño sendero y continuaba por el camino hasta haberse alejado de la casa unos treinta metros. Entonces volvió la silla y frenó las ruedas. 164 Recopilación de Alfred Hitchcock Prohibido a los Nerviosos -Espera un momento - dijo -. Vuelvo en seguida. Cojeando, Martha regresó al edificio, sin hacer caso de los gritos y súplicas de Roger y Ellen, que surgían del otro lado de la cerrada puerta del sótano. En el exterior, arrebujada en su mantón y su abrigo, Louise esperaba, mientras el viento, como un afilado cuchillo, la traspasaba. Al fin Martha reapareció con el envoltorio que contenía las joyas de las dos. -¡Martha! - gimió Louise -. Me estoy helando. ¿Qué vas a hacer? -Ya verás -Marta se detuvo junto a su hermana, jadeante y apoyándose en el bastón-. Ya verás, Louise. Sólo tienes que mirar hacia la casa. Louise lo hizo. Tras las ventanas de la parte del edificio que había sido su hogar apareció un leve resplandor amarillo que, después de ondear por unos momentos, comenzó a crecer. Al poco rato se convirtió en una ola de fuego, parte de la cual salió por una ventana entreabierta. El incendio continuó aumentando, haciéndose más brillante y más fuerte a cada ráfaga de viento. -¡Fuego! -exclamó Louise-. ¡La casa está ardiendo! -Repartí por toda la habitación el kerosene de la lámpara -dijo Martha-. Recuerda sólo esto: Ellen y Roger planeaban asesinarnos. Ya habían matado a nuestros gatos. Teníamos que protegernos. Y, simplemente, no había otra forma. La voz de Martha se hizo acuciante al continuar: -Pero recuerda que nunca debemos decir a nadie lo que ellos iban a hacer. Eran familiares nuestros. Nadie nos creería. Que esto sea un trágico accidente. ¿ Comprendes? -¡Oh, sí, sÍ...! -exclamó Louise, excitada-. ¡Eres tan inteligente...! Ahora alguien verá el resplandor del incendio y llamará a los bomberos, ¿verdad? -Sí. Un fuego en el campo siempre atrae a alguien. Impedidas como estamos, ésta era la única forma de pedir auxilio. Después tendrán que permitimos regresar a nuestro viejo hogar. Luego se dedicaron a observar en silencio. El dedo de fuego que asomaba por la ventana se había convertido en una enorme antorcha. Tras unos momentos, oyeron, a distancia, el lejano eco de la sirena que había sobre el tejado del cuartel general de los bomberos voluntarios del pueblo. -Es un fuego tan caliente... -murmuró Louise, extendiendo las manos hacia las llamas -. Hace que una se sienta bien. El tejado del ala del edificio que ellas habían habitado se derrumbó entre un torrente de ascuas. Poco después apareció el coche de bomberos, con sus voluntarios cubiertos con cascos. Mas, para entonces, ya toda la casa era pasto de las llamas. Los recién llegados no pudieron hacer nada. En la sala de estar del juez Beck, la chimenea crepitaba alegremente. Martha y Louise la observaban desde sus asientos. Las llamas evocaban en ellas felices recuerdos. -Pronto estaremos de nuevo en nuestra casa - murmuró Louise -. Habrá gatitos que jueguen sobre la alfombra y Mary Thompson nos hará compañía. La señora Rogers tiene una hija que, por veinticinco dólares a la semana, vendrá a atendemos. Es un gasto que podremos fácilmente. -No cabe duda de que nuestro dinero durará tanto como nosotras - asintió Martha -. Me parece que el juez ya viene. La puerta se abrió y, en vez de un hombre, por ella entró un gran gato siamés. Con un satisfecho maullido, el animal saltó al regazo de Martha. -¡"Toby"! -exclamó Louise. -¡"Toby"! -repitió Martha, como un eco-. ¿De dónde diablos sales? -Me pareció que sería una buena sorpresa de bienvenida - dijo una seca voz masculina. El juez en persona, enjuto, alto y levemente encorvado, de unos sesenta años, había entrado en la habitación -. Supongo que esto paliará un poco la tristeza de esta lamentable circunstancia. Uno de los bomberos encontró a "Toby" la otra noche. Estaba cerca de las ruinas. El hombre dio a cada una de las mujeres una firme palmadita. Luego se sonó vigorosamente. -Lo siento - dijo -. En Boston agarré un terrible catarro. Es una ciudad tremenda. Ruidosa, llena de gente... -Usted..., ¿ha estado en Boston? -preguntó Martha. De repente su boca parecía haberse quedado seca. 165 Recopilación de Alfred Hitchcock Prohibido a los Nerviosos -Tres días. Sin embargo, lamento decir que no sirvieron para nada. Meneando la cabeza, el juez tomó asiento. -Este es un momento muy triste. Esas casas antiguas arden como yesca. Pero no hablemos de eso. Es mejor no hurgar en la herida. Ahora que Roger y Ellen han... bien, desaparecido, deseo hablar del porvenir de ustedes. -¡Oh, estaremos perfectamente! - exclamó Louise, con precipitación-. Volveremos a nuestra vieja casa. Y deseamos que Mary Thompson se quede con nosotras. No debe quedarse un día más en ese horrible asilo. El juez Beck volvió a sonarse. Mientras jugueteaba con la insignia masónica que colgaba de la cadena de su reloj, su aspecto reflejaba una gran turbación. -Martha... - comenzó -. Louise... - Hizo una pausa. Ambas mujeres le miraron, dos pares de brillantes ojos en dos rostros ancianos -. Para mí resulta muy difícil decirles ésto; pero mi visita a Boston fue debida a ustedes. -¿A nosotras? -preguntaron las dos, al unísono. -A la fortuna de su padre. Como saben, consistía en determinada cantidad de dinero, que ya ha sido gastada, y en cierto número de acciones del Ferrocarril de Nueva Inglaterra y Toronto. -¿Y qué? -preguntó Martha. Las dos hermanas seguían mirando fijamente al hombre. -Bien... En estos tiempos a los ferrocarriles les van muy mal las cosas y el de Nueva Inglaterra y Toronto se declaró en bancarrota el verano pasado. Ese fue el motivo de que sus sobrinos les pidiesen que se fueran a vivir con ellos, de forma que las pudieran cuidar. Ellen deseaba tener plenos poderes con el fin de que ella y Roger quedasen capacitados para manejar los restos de la fortuna sin que ustedes se enterasen de lo que había ocurrido. Yo fui partidario de decirles la verdad; pero ellos temían que eso les trastornara. De modo que todos nos pusimos de acuerdo para mantener el secreto. "Por desgracia, queridas Martha y Louise, ahora deben saberlo. Lo siento mucho; la vieja casa está inhabitable. En realidad, ni siquiera hemos podido encontrar un comprador. No hay dinero para repararla. De la fortuna de su padre no queda un céntimo. El juez Beck hizo una pausa y, con gran delicadeza, continuó: -Tal vez en alguna ocasión se preguntarán por qué Roger y Allen parecían algunas veces tan deprimidos y preocupados. Ahora ya lo saben. Créanme: a ellos no les importaba. Las querían muchísimo. Las dos hermanas se miraron con silencioso y sobrecogido horror. -El Asilo Hogar... - La voz de Louise era un trémulo susurro. Martha no dijo nada en absoluto.


domingo, 23 de junio de 2019

Libertad - Argos

Nada me prende en llamas más que tu libertad.
Tus ojos se vuelven un algoritmo indescifrable cuando esclavizas mis sentidos con tu acertijo y me sometes de manera sádica a tu tacto, a tu olfato, a tu gusto.
Soy un esclavo de tu voluptuosidad. Elijo mi condición alcoholizada por tu quimera fugaz y tus deseos más propensos a pervertirme.
Nada me aleja más del tiempo cómo el dragón que moldea tus caderas desde las profundidades más intimas de tu tártaro.
¡Oh! Despiértame con tus labios de mi escalofriante pesadilla.
¡Oh! Penétrame con tu voz y tus palabras, que se desbordan de tu lengua como los truenos se desprenden del martillo de Thor.
¡Oh! Húndeme, húndeme en tu lago perdido.
Ahógame con la paz desconocida que yace en la irresistible oscuridad de tu boca de lobo.
Remueve mis entrañas encendiendo las cenizas de mi sexo ¡y quémalo!,
¡quémame lentamente con tus piernas!.

Arte ilustrativo: Alex Grey


sábado, 22 de junio de 2019

Fragmentos de: EL CUERVO - Edgar Allan Poe

Y, entonces, abrí la puerta de par en par, y ¿qué es lo que vi? ¡Las tinieblas y nada más! Escudriñando con atención estas tinieblas, durante mucho tiempo quedé lleno de asombro, de temor, de duda, soñando con lo que ningún mortal se ha atrevido a soñar; pero el silencio no fue turbado y la movilidad no dio ningún signo; lo único que pudo escucharse fue un nombre murmurado: «¡Leonora!». Era yo el que lo murmuraba y, a su vez, el eco repitió este nombre: «¡Leonora!». Eso y nada más. Vuelvo a mi habitación, y sintiendo toda mi alma abrasada, no tardé en oír de nuevo un golpe, un poco más fuerte que el primero. «Seguramente - me dije -, hay algo en las persianas de la ventana; veamos qué es y exploremos este misterio: es el viento, y nada más». Entonces empujé la persiana y, con un tumultuoso batir de alas, entró majestuoso un cuervo digno de las pasadas épocas. El animal no efectuó la menor reverencia, no se paró, no vaciló un minuto; pero con el aire de un Lord o de una Lady, se colocó por encima de la puerta de mi habitación; posándose sobre un busto de Palas, precisamente encima de la puerta de mi alcoba; se posó, se instaló y nada más. Entonces, este pájaro de ébano, por la gravedad de su continente, y por la severidad de su fisonomía, indujo a mi triste imaginación a sonreír; «Aunque tu cabeza - le dije - no tenga plumero, ni cimera, seguramente no eres un cobarde, lúgubre y viejo cuervo, viajero salido de las riberas de la noche. ¡Dime cuál es tu nombre señorial en las riberas de la Noche plutónica!». El cuervo exclamó: «¡Nunca más!». Quedé asombrado que ave tan poco amable entendiera tan fácilmente mi lenguaje, aunque su respuesta no tuviese gran sentido ni me fuera de gran ayuda, porque debemos convenir en que nunca fue dado a un hombre ver a un ave por encima de la puerta de su habitación, un ave o un animal sobre una estatua colocada a la puerta de la alcoba, y llamándose: ¡Nunca más! Pero el cuervo, solitariamente posado sobre el plácido busto, no pronunciaba más que esas palabras, como si en ellas difundiese su alma entera. No pronunciaba nada más, no movía una pluma, hasta que comencé a murmurar débilmente: «Otros amigos ya han volado lejos de mí; hacia la mañana, también él me abandonará como mis antiguas esperanzas». El pájaro dijo entonces: «¡Nunca más!». Estremeciéndome al rumor de esta respuesta lanzada con tanta oportunidad, exclamé: «Sin duda lo que ha dicho constituye todo su saber, que aprendió en casa de algún infortunado, a quien la fatalidad ha perseguido ardientemente, sin darle respiro, hasta que sus canciones no tuviesen más que un solo estribillo, hasta que el De Profundis de su esperanza hubiese adoptado este melancólico estribillo: ¡Nunca, nunca, nunca más!». Pero como el cuervo indujera a mi alma triste a sonreír de nuevo, acerqué un asiento de mullidos cojines frente al ave, el busto y la puerta; entonces, arrellanándome sobre el terciopelo, quise encadenar las ideas buscando lo que auguraba el pájaro de los antiguos tiempos, lo que este triste, feo, siniestro, flaco y agorero pájaro de los antiguos tiempos quería hacerme comprender al repetir sus ¡Nunca más! De esta manera, soñando, haciendo conjeturas, pero sin dirigir una nueva sílaba al pájaro, cuyos ardientes ojos me quemaban ahora hasta el fondo del corazón, trataba de adivinar eso y más todavía, mientras mi cabeza reposaba sobre el terciopelo violeta que su cabeza, la de ella, no oprimirá ya, ¡ay, nunca más! Entonces me pareció que el aire se espesaba, perfumado por invisible incensario balanceado por serafines, cuyos pasos rozaban la alfombra de la habitación. «¡Infortunado! - exclamé -, tu dios te ha enviado por sus ángeles una tregua y un respiro, para que olvides tus tristes recuerdos de Leonora, ¡Bebe! ¡Oh!, bebe esa deliciosa bebida para que olvides tus tristes recuerdos de Leonora. ¡Bebe y olvida a la Leonora perdida!». Y el cuervo dijo: «¡Nunca más!». «¡Profeta! - dije -, ¡ser de desdicha! ¡Pájaro o demonio, pero al fin profeta! Que hayas sido enviado por el tentador, o que la tempestad te haya hecho simplemente caer, naufragar, pero aún intrépido, sobre esta tierra desierta, en esta habitación que ha sido visitada por el Horror, dime, te lo suplico, ¿existe un bálsamo para mi terrible dolor? ¿Existe el bálsamo de Judea? ¡Di, di, te lo suplico!». Y el cuervo dijo: «¡Nunca más!». «¡Profeta! - dije -, ¡ser de desdicha! ¡Pájaro o demonio, pero al fin profeta! Por el cielo que se extiende sobre nuestras cabezas, por ese Dios que ambos adoramos, di a esta alma llena de dolor si en el lejano paraíso podrá abrazar a una santa joven, a quien los ángeles llaman Leonora. Abrazar a una preciosa y radiante joven a quien los ángeles llaman Leonora». El cuervo dijo: «¡Nunca más!». «¡Que esta palabra sea la señal de nuestra separación pájaro o demonio! - grité irguiéndome -. Vuelve a la tempestad, a las riberas de la Noche plutónica; no dejes aquí una sola pluma negra como recuerdo de la falsedad que tu alma ha proferido. Deja mi soledad inviolada. Abandona ese busto colocado encima de la puerta. Retira tu pico de mi corazón y precipita tu espectro lejos de mi puerta». El cuervo dijo: «¡Nunca más!». Y el cuervo, inmutable, continúa instalado allí, sobre el pálido busto de Palas, precisamente encima de la puerta de mi habitación, y sus ojos se parecen a los ojos de un demonio que sueña; y la luz de la lámpara, cayendo sobre él, proyecta su sombra en el suelo; y mi alma, fuera del círculo de esta sombra que yace flotante sobre el suelo, no podrá volver a elevarse. ¡Nunca más!

Gustave Doré

miércoles, 19 de junio de 2019

El último tren - Fredric Brown

Eliot Haig estaba sentado solo en un bar, del mismo modo que antes se había sentado solo en muchos bares, mientras afuera caía el crepúsculo, un extraño crepúsculo. El interior de la taberna estaba en penumbra y sombrío, casi más que el exterior. El espejo azul de la barra aumentaba este efecto en él. Haig creía verse como en la pálida luz de una melancólica luna. Se vio a sí mismo pálida pero claramente; no doble, a pesar de los tragos que había bebido, sino solo. Tremendamente solo. Y, como siempre que bebía durante varias horas seguidas, pensó: «Quizás esta vez lo haga».

Ello era impreciso y grandioso: quería decir todo. Significaba dar un gran salto de una vida a otra, lo que durante tanto tiempo había proyectado. Significaba, simplemente, dejar plantado a un picapleitos moderadamente triunfador llamado Eliot Haig, dejar plantadas todas las mezquinas complicaciones de su vida, los enredos personales, la trapacería legal que se encontraba dentro del carácter de la ley o imperceptiblemente fuera; significaba cortar el cable del hábito que le ataba a una existencia que se había vuelto sin sentido, designio o incentivo.

La melancólica imagen le deprimió y sintió, con más fuerza que de costumbre, la necesidad de moverse, de ir a otra parte aunque sólo fuese por otra copa. Bebió el último sorbo de su whisky con soda y hielo, y bajó del taburete hasta el suelo firme.

-Adiós, Joe -dijo, y caminó hacia la entrada.

El tabernero comentó:

-En alguna parte debe de haber un gran incendio. Mire el cielo. Me pregunto sí será en los depósitos de madera del otro lado del pueblo.

El tabernero estaba asomado a la ventana de delante y miraba hacia fuera y hacia arriba.
Después de atravesar la puerta, Haig miró hacia arriba. El cielo tenía un tono gris rosado, como el del resplandor de un fuego lejano. Desde donde estaba vio que cubría todo el firmamento y que no había indicios respecto al origen del incendio.
Anduvo sin rumbo fijo hacia el sur. El silbido lejano de una locomotora llegó hasta sus oídos y le trajo recuerdos.

«¿Por qué no? -pensó-. ¿Por qué no esta noche?»

El viejo impulso -espectro de miles de noches insatisfactorias- era más poderoso esta noche. Incluso en ese momento andaba hacia la estación del tren; pero lo había hecho antes a menudo. A menudo había llegado al extremo de presenciar la salida de los trenes y pensar, mientras miraba: «Debería estar en ese tren». Nunca había subido a ninguno.
A media calle de la estación oyó el sonido de la campana, el resoplido del vapor y el arranque del tren. Lo habría perdido, si hubiese tenido el valor de tomarlo.
Y súbitamente comprendió que esta noche era distinta, que esta noche lo haría realmente. Sólo con la ropa que llevaba puesta, con el dinero que tuviera en los bolsillos. Exactamente como se lo había propuesto siempre: la salida limpia. Que ellos informaran de su desaparición, que se hicieran preguntas, que alguien enderezara la enredada maraña en que se convertirían súbitamente sus actividades profesionales sin él.

Walter Yates estaba delante de la puerta abierta de su taberna, a pocos pasos de la estación. Dijo:

-Hola, señor Haig. Esta noche hay una hermosa aurora boreal. La mejor que he visto en mi vida.
-¿De eso se trata? – preguntó Haig-. Creí que era el reflejo de un gran incendio.
Walter meneó la cabeza.
-No. Mire hacia el norte; allí donde el cielo parece trémulo. Es la aurora.

Haig se volvió y miró hacia el norte. El resplandor rojizo en esa dirección era. Sí, la palabra «trémulo» lo describía bien. También era hermoso, pero algo atemorizante, aunque uno supiera de qué se trataba.
Se volvió nuevamente y pasó junto a Walter para entrar en la taberna, al tiempo que preguntaba:

-¿Tiene un trago para un sediento?

Más tarde, mientras revolvía su whisky con una varilla de cristal, inquirió:

-Walter, ¿a qué hora sale el próximo tren?
-¿Hacia adónde?
-Hacia cualquier parte.

Walter levantó la mirada hasta el reloj.

-Dentro de pocos minutos. Entrará en cualquier momento.
-Demasiado pronto; quiero terminar esta copa. ¿Y el siguiente?
-Hay uno a las diez y catorce. Quizá sea el último de esta noche. Quiero decir, hasta medianoche; como cierro a esa hora, no lo sé.
-¿Adónde…? Espere, no me diga adónde va. No quiero saberlo. Pero viajaré en él.
-¿Sin saber adónde va?
-Sin preocuparme adónde va – corrigió Haig -. Escuche, Walter, hablo en serio. Quiero que haga algo por mí: si se entera por los periódicos de que he desaparecido, no diga a nadie que esta noche estuve aquí ni lo que hablé. No quería contárselo a nadie.

Walter asintió sabiamente.

-Puedo mantener cerrado el pico, señor Haig. Ha sido un buen cliente. No lo rastrearán a través de mí.

Haig se balanceó ligeramente en el taburete. Sus ojos se fijaron en el rostro de Walter y vieron la ligera sonrisa. Había una obsesionante sensación de familiaridad en esa conversación. Era como si se hubiesen pronunciado las mismas palabras con anterioridad, como si hubiese obtenido la misma respuesta. Bruscamente preguntó:

-Walter, ¿le he dicho esto antes? ¿Cuántas veces?
-Seis… Ocho… Quizá diez veces. No me acuerdo.
-Dios -musitó Haig suavemente. Fijó la mirada en Walter el rostro de éste se desdibujó y se separó en dos caras y sólo un esfuerzo logró reunirlas en una ligeramente sonriente, irónicamente tolerante. Ahora supo que habían sido más de diez veces -. Walter, ¿soy un borracho?
-Señor Haig, yo no diría eso. Bebe mucho, pero…

Ya no quería mirar a Walter.

Fijó la vista en su vaso y vio que estaba vacío. Pidió otro y, mientras Walter le servía, se observó en el espejo situado detrás de la barra. Gracias a Dios, aquí no había un espejo azul. Era bastante malo ver dos imágenes de sí mismo en un espejo común; las imágenes gemelas, Haig y Haig, sólo que ahora ésa era ya una broma gastada y uno de los motivos por que iba a coger ese tren. Iba a… Por Dios, borracho o sobrio viajaría en ese tren.

Sólo que esa frase también tenía un tono de inquietante familiaridad.

¿Cuántas veces?

Fijó la mirada en un vaso lleno hasta la cuarta parte y a la vez siguiente estaba lleno hasta la mitad y Walter decía:

-Señor Haig, tal vez es un incendio, un gran incendio; se vuelve demasiado brillante para ser una aurora. Saldré un segundo.

Pero Haig permaneció en el taburete y cuando volvió a mirar, Walter estaba de nuevo detrás de la barra y manipulaba los botones de la radio.

-¿Es un incendio? – preguntó Haig.
-Tiene que serlo. Pondré el noticiero de las diez y cuarto y lo averiguaré. – La radio emitía música de jazz, un clarinete agudo e inquieto sobre los bronces enmudecidos y los agitados tambores -. Estará dentro de un minuto; es en esta estación.
-Estará dentro de un minuto… -Estuvo a punto de caer mientras bajaba del taburete -. ¿Entonces son las diez y catorce?

No esperó respuesta. El suelo pareció inclinarse ligeramente mientras se dirigía hacia la puerta abierta. Sólo unos pocos pasos y estaría en la estación. Podría alcanzarlo; realmente podría alcanzarlo. De repente era como si no hubiese bebido una sola gota y su mente estuviese despejada como el cristal, al margen de que sus pies trastabillaran. Y los trenes rara vez partían al minuto exacto y Walter pudo decir «en un minuto» refiriéndose a tres, dos o cuatro minutos. Existía una posibilidad.

Cayó en los escalones pero se levantó y continuó, perdiendo unos pocos segundos. Pasó junto a la taquilla – podría comprar el billete en el tren – y atravesó las puertas de atrás hasta el andén, las vías y el farol trasero rojo de un tren que se alejaba a pocos pero irremediables metros de distancia. Diez, cien metros. Se perdía.

El jefe de estación estaba al borde del andén y miraba el tren que se alejaba.

Debió de oír las pisadas de Haig; dijo por encima del hombro:

-Es una pena que lo haya perdido. Era el último.

Súbitamente Haig vio el lado gracioso del asunto y empezó a reír. Simplemente era demasiado ridículo para tomarse en serio la estrechez del margen por el cual había perdido ese tren. Además, habría uno temprano. Lo único que tenía que hacer era volver a la estación y esperar hasta que… preguntó:

-¿A qué hora sale el primero de mañana?
-Usted no lo entiende -respondió el jefe de estación.

Se volvió por primera vez y Haig vio su rostro contra el cielo carmesí y flameante.

-No lo entiende -repitió-. Ese era el último tren.


Arte ilustrativo: Estación de tren
Autor: Monet


martes, 18 de junio de 2019

Luna llena - Argos

Como una moneda oxidada y arrojada al vacío, resplandece la luna, adueñándose de la noche y entrando en un juego silencioso con la tierra y sus aguas, dejando en trance a los enamorados y hablándole a poetas hasta la aurora de un nuevo día.

Arte ilustrativo: "Luna Llena."
Autor: Irene Núñez de Arenas
http://enery-enery.blogspot.com/2012/10/luna-llena.html




Romance Sonámbulo - Argos

Me levanté perdido, con mucho calor, aunque afuera hacían 15 grados bajo cero.
  Se escuchaba el silencio de las calles, cada cinco minutos un auto cruzaba. Se escuchó un portazo y a un viejo gritar unas coordenadas.
 -Gracias, entonces, ¿Sigo derecho?- La voz de una mujer joven penetró los muros de mi departamento.
-Sí, ¡siga!, ¡siga! - Gritó el viejo.
   Me asomo a la ventana, empañada por el choque climático entre mi habitación y el frío que la rodeaba. La abro para respirar aire fresco y la veo. La chica, la lluvia, su mochila, su bolso arrastrado en charcos. ¿Qué otra cosa podía hacer, si no, lo que hice?

-¡Señorita! - Grité con amabilidad
-¡¿Sí?!- Contestó, mirando hacia arriba y con un tono parecido al mío.
-Tal vez... ¿Quisiera usted un poco de ayuda con su equipaje?
Ella vaciló un instante y luego me habló en el mismo tono que el anterior.
-Bueno. ¿Quiere ayudarme?- dijo extrañada y luego rió.
-Enseguida bajo.- Musité casi susurrando.

Y con mi remera de Metallica, mis shorts deportivos de adidas y mis zapatillas nuevas ahora en mis pies, me colocaba mi gorrito de nieve. Duro como un sonámbulo, bajé asimétricamente las escaleras y abrí la puerta hacia su tibio vientre invernal.

Arte ilustrativo: By "Ternovnikk" - "Romance Sonámbulo"
https://www.deviantart.com/ternovnikk/art/Untitled-508168594



domingo, 9 de junio de 2019

El vivir y la muerte - Argos

Cómo vivimos, la forma de vivir que encaramos día tras día, está basada en cómo vemos la muerte.
Morir, lo que pensamos o creemos que es morir, trae consigo nuestra concepción de la vida, esta concepción no se explica en palabras, manifiestos religiosos, ni en teorías políticas o tratados filosóficos. La forma de vivir se ve y expresa solamente en acciones, conductas, actitudes, resoluciones de problemas y los valores y pasiones que invisten todas estas acciones. Todo esto es, la influencia que impone el entorno (sociocultural) y que nos afecta en nuestro equilibrio (psicológico y biológico), y a su vez, la influencia provocada por nosotros y la modificación de el entorno inmediato con nuestras acciones.
"Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo a mí.", dice Ortega y Gasset. Hay mucho más que una frase aquí, y da para un ensayo.
Como dije anteriormente, un libro no explica nuestra forma de vivir, y por lo tanto, de entender el morir. Pero escribir un libro, sí.
Si le suena contradictorio lo que está leyendo, puede haber tres problemas singulares o mixtos. Uno de ellos sería que no siguió fielmente el pensamiento que aquí expreso, tal y cómo estoy tratando de hacerlo. Para resolver esto es simple, vuelva al inicio y comience de nuevo. Otra cuestión sería que usted no está interesado, en lo que a mi construcción respecta, leer sobre la forma de vivir y la concepción de la muerte. También es de fácil solución, solo deje de leerlo. Por último y en tercer lugar, el problema sería que yo y mi forma particular de expresar el pensamiento que me atraviesa y plasmo en palabras aquí, es defectuoso, por lo tanto, ineficaz al momento de comunicar, y entonces será necesario una re lectura desde el comienzo o simplemente dejar de leer.

¿Se puede clasificar la forma de vivir? Erich Fromm lo hizo. Dividió dos formas de vivir particulares. Las del Tener y las del Ser. Nietzche habló alguna vez de lo apolíneo y lo dionisíaco.Pero tratemos de crear un pensamiento nuevo, sin meternos en lo que alguna vez dijo Fromm, Freud, Jesús, Buda o quien sea.
Hablar sobre las formas de vivir en mi opinión (teniendo en cuenta que no soy Nietzche ni Freud), es inabarcable. Hay tantas formas de vivir cómo personas en el mundo. Lo que pasa, es que las ideologías, no importa el género político, cultural o religioso, masifican las formas de vivir, por lo tanto, condensan la concepción de la muerte, haciendo que un pueblo entero coincida y se identifique con su patria. No digo que sea "malo" o erroneo, pero no hay que negar que de éstas formulas salieron los peores genocidios, dictaduras asesinas, corrupciones económicas, esclavitud, guerras, terrorismo, etc.

En un intento de clasificación pondría como ejemplo la forma de vivir acelerada de nuestra época. No sólo en planos consumistas, sino también en planos relacionales, esto por la revolución de la tecnología y las redes sociales, que de sociales, a veces, sólo tienen el nombre, tal vez, redes virtuales, sería más honesto. La información de un segundo a otro atraviesa el mundo, de un día para otro puedo tener mil "amigos" y compartir mi "vida" y mi "personalidad" con todo el que entre en mi perfil.
¿Qué es un perfil? Este termino se refiere a una posición en que no se deja ver sino una sola de las dos mitades adjuntas al cuerpo. Sólo se puede ver los rasgos personales que el/la dueñx del perfil elige y santifica como más característicos.
Según el diccionario:"Grupo de rasgos o atributos peculiares que lo caracterizan a alguien".
La forma de vida acelerada está basada en la concepción de la muerte veloz, la cuál acorta la vida en términos de tiempo y se tiene que aprovechar de ésta todo en cuanto sea posible y en el menor tiempo y esfuerzo, esto es la forma de vida del tener, podría decirse. Según con lo que se tiene se vive, y según con lo que se tiene, uno se identifica como afortunado, exitoso, pobre, clase media, famoso, codiciado, envidioso, etc. Según esto, cuanto más se tenga mejor, en caso contrario, la vida es una miseria.
Al pensar esto, es casi inevitable pensar en el capitalismo y neo-liberalismo. Pero, ¿qué filosofía política del occidente no trabaja en términos materiales?, ¿a caso el comunismo no lo hace?. ¿A caso el valor de la vida de una persona o una sociedad lo define la materia y los materiales de producción con los que cuenta?, ¿Que todas las personas de una sociedad cuenten con "igualdad" o "equidad" si prefieren, de bienes materiales es lo que la hace una sociedad justa y por lo tanto valiosa?. Es imposible no caer en estas preguntas, aunque trato.
Volviendo al tema que impulsó todo.
La forma de vivir, que proviene, de la forma de "entender" la muerte.
No se trata aquí, de ver qué forma de vivir o entender la muerte es mejor. Si la de un poeta o la de un ingeniero, si la de un multimillonario o la de una mujer embarazada y empobrecida por la opresión del sistema.
Se trata de reflexionar la que cada unos de nosotros lleva hasta el momento, y si es necesaria o no cambiarla. Se trata de dejar de mentirnos a nosotros mismos y buscar nuestra propia forma de vivir, sin permitirle a un otro que nos imponga la suya. Se trata de ser libres y responsables de nuestra vida, y por lo tanto, de nuestra muerte.
 ¿Qué sentido tiene preguntarnos sobre nuestra muerte y nuestra forma de vivir?, a mi entender, es principalmente, un acto rebelde. Preguntarse por la muerte y por nuestra forma de vivir es una acción de rebeldía. "Una toma de conciencia nace del movimiento de rebelión", dice Camus, "Si el individuo, en efecto, acepta morir, y muere en la ocación, en el movimiento de su rebelión, muestra con ello que se sacrifica en beneficio de un bien que sobrepasa a su propio destino. Prefiere la probabilidad de la muerte, a la negación de ese derecho que defiende y que coloca a este último por encima de sí mismo". "En efecto, con las épocas y las civilizaciones parecen cambiar las razones por las cuales se subleva". "La rebelión es el acto de la persona informada que posee la conciencia de sus derechos." (Albert Camus - El Hombre Rebelde 1951)

El/La Rebelde es quien dice no, es quien dice basta, a un otro que usurpa nuestros derechos, pero también, y tal vez más importante, quien dice no a uno mismo, quien dice no a su resignación, a su comodidad, a su zona de confort, quien dice no a sus limitaciones e intenta abarcar con pasión y amor el plano de lo posible.  


En mi caso, escribo sobre esto y leo todas estas cosas "por amor al arte", como dijo una profesora, de la cátedra Psicología Genética en la Universidad que asisto, la Universidad del Comahue. La forma de vivir basada en el amor, "Amor Fati" dijera Nietzche, amor a la vida y a nuestro destino que es la muerte. Una forma de vivir que elige cada día y cada noche,elige el amor, y los estados de felicidad, elige el placer y el compartir y conocer personas, aceptando el dolor y el sufrimiento, aceptando el final que hay en cada uno de nosotros. 
Ahora me gustaría poner una frase de Edvard Munch, pintor expresionista, con respecto a cómo fue el origen, o el momento, de la creación de lo que sería más tarde, su obra maestra, obra con la cual me gustaría ilustrar este texto. (y ya con esto me dejo de joder)
 
Iba por la calle con dos amigos cuando el sol se puso. De repente, el cielo se tornó rojo sangre y percibí un estremecimiento de tristeza. Un dolor desgarrador en el pecho (...) Lenguas de fuego como sangre cubrían el fiordo negro y azulado y la ciudad. Mis amigos siguieron andando y yo me quedé allí, temblando de miedo. Y oí que un grito interminable atravesaba la naturaleza."

Alguna vez, un filosofo Alemán dijo: "tendríamos que pasar más tiempo en los cementerios". M. Heidegger.
¿Qué habrá querido decir el existencialista alemán?


Arte ilustrativo: Edvard Munch - El Grito - 1893






viernes, 7 de junio de 2019

Así habló Zaratustra (1883) - F. Nietzsche

Zaratustra bajó solo de las montañas sin encontrar a nadie. Pero cuando llegó a los bosques surgió de pronto ante él un anciano que había abandonado su santa choza para buscar raíces en el bosque. Y el anciano habló así a Zaratustra: No me es desconocido este caminante: hace algunos años pasó por aquí. Zaratustra se llamaba; pero se ha transformado. Entonces llevabas tu ceniza a la montaña: ¿quieres hoy llevar tu fuego a los valles? ¿No temes los castigos que se imponen al incendiario?
Sí, reconozco a Zaratustra. Puro es su ojo, y en su boca no se oculta náusea alguna. ¿No viene hacia acá como un bailarín? Zaratustra está transformado, Zaratustra se ha convertido en un niño,Zaratustra es un despierto: ¿qué quieres hacer ahora entre los que duermen?. En la soledad vivías como en el mar, y el mar te llevaba. Ay, ¿quieres bajar a tierra? Ay, ¿quieres volver a arrastrar tú mismo tu cuerpo? Zaratustra respondió: «Yo amo a los hombres.»
¿Por qué, dijo el santo, me marché yo al bosque y a las soledades? ¿No fue acaso porque amaba demasiado a los hombres? Ahora amo a Dios: a los hombres no los amo. El hombre es para mí una cosa demasiado imperfecta. El amor al hombre me mataría.
Zaratustra respondió: «¡Qué dije amor! Lo que yo llevo a los hombres es un regalo.»
No les des nada, dijo el santo. Es mejor que les quites alguna cosa y que la lleves a
cuestas junto con ellos - eso será lo que más bien les hará: ¡con tal de que te haga bien a
ti! ¡Y si quieres darles algo, no les des más que una limosna, y deja que además la mendiguen!
«No, respondió Zaratustra, yo no doy limosnas. No soy bastante pobre para eso.»
El santo se rió de Zaratustra y dijo: ¡Entonces cuida de que acepten tus tesoros! Ellos
desconfían de los eremitas y no creen que vayamos para hacer regalos.
Nuestros pasos les suenan demasiado solitarios por sus callejas. Y cuando por las noches, estando en sus camas, oyen caminar a un hombre mucho antes de que el sol salga,
se preguntan: ¿adónde irá el ladrón?.
¡No vayas a los hombres y quédate en el bosque! ¡Es mejor que vayas incluso a los
animales! ¿Por qué no quieres ser tú, como yo, - un oso entre los osos, un pájaro entre los
pájaros?
«¿Y qué hace el santo en el bosque?», preguntó Zaratustra. El santo respondió: Hago
canciones y las canto; y, al hacerlas, río, lloro y gruño: así alabo a Dios.
Cantando, llorando, riendo y gruñendo alabo al Dios que es mi Dios. Mas ¿qué regalo
es el que tú nos traes?
Cuando Zaratustra hubo oído estas palabras saludó al santo y dijo: «¡Qué podría yo daros a vosotros! ¡Pero déjame irme aprisa, para que no os quite nada!» -Y así se separaron, el anciano y el hombre, riendo como ríen dos muchachos.
Mas cuando Zaratustra estuvo solo, habló así a su corazón: «¡Será posible! ¡Este viejo santo en su bosque no ha oído todavía nada de que Dios ha muerto!»






Extravío

Mariana me pegó una cachetada que me voló los lentes de un lado de la habitación hacia el otro. Los demás presentes en la habitación, Pablo ...