sábado, 26 de enero de 2019

El gato en la ventana - Argos


Eran casi las 3 de la mañana y yo seguía resumiendo y repasando en voz alta mirando al espejo para la evaluación de derecho social que tenía en unas cuantas horas. Me preparaba café cada 30 minutos, estaba totalmente despabilado, yendo y viniendo por todo el departamento.
 Mi departamento es chiquito, básicamente un cubo de cemento con puerta y una ventanita que da al patio de la viejita de al lado, compartimos patio nosotros. En mi departamento solo tengo lo necesario y además es mejor, porque tengo todas las cosas a mi alcance, puedo volver al estudio rápido, sin distraerme con tantos asuntos.
Ya eran las 3 de la mañana en punto, terminé de repasar lo último de derecho laboral y derecho migratorio, cuando voy a apagar la luz para ya dormirme, veo sentado muy tranquilamente del otro lado de la ventana un gato, un gato blanco con ojos grandes y amarillos, con una cola negra que lo rodeaba pegada al cuerpo. A mí me gustan los animales pero ese gato me dio miedo, no por nada extraño si no por cómo me miraba, desde hace cuánto estaba ahí sentado espiando?
Me acerqué y con mi dedo índice le hice un toque amistoso en el vidrio de la venta. El gato me seguía mirando fijamente a los ojos, como esperando que hiciera algo, como vigilante. Nos mirábamos a los ojos sin movernos con el gato, pasó a ser un desafío de miradas, el que pestañaba perdía, el que se movía perdía, el que miraba para otro lado perdía. “Te voy a dejar ganar” dije tirándole una sonrisa al gato y cerré la cortina y me fui a dormir. Ya era muy tarde.
El día siguiente al volver de la facultad, estaba un poco estresado, la evaluación estuvo compleja, pero nada de otro mundo. Me acuesto para dormir una siesta y despierto en plena oscuridad, no sé ni cuantas horas dormí, ya estaba de noche; me levanto a tomar agua y veo penosamente un bulto en las cortinas. Abro y era el gato blanco otra vez en la ventana, casi como una estatua estaba en la misma posición que la noche anterior. Me asustó un poquito lo admito. Abrí la ventana para darle algo de picadillo, capaz tiene hambre, me dije. Pero a penas abro la ventana el gato de forma agresiva y al mismo tiempo como si estuviese asustado, como si me tuviese miedo, maúlla como el típico gato en celo y me muestra sus colmillos amenazándome. Al momento entendí que el gato no quería contacto más allá del que teníamos, él de aquél lado de la ventana y yo de éste.  Lo entendí porque además de ver sus colmillos no tan grandes pero amenazadores también vi su cola negra crispada y electrizada.
Al ver esta reacción del gato me asusté y como acto reflejo le golpeé la ventana gritando “¡SHUU SHUUU! ¡GATO DE MIERDA! ¡FUERA! ¡FUERA!”
El gato se fue lo más rápido que pudo y yo comí algo y seguí durmiendo…
Fueron muchos días en los que se repetía esto, semanas y semanas de que encontraba a este mismo gato incansable, en la ventana de mi departamento, con mirada vigilante y con esos ojos amarillos desafiantes, tenía pesadillas con el gato, a veces pensaba que hasta me seguía a la facultad o que me miraba por la ventana mientras dormía. ¿Hace cuánto llevaba haciendo esto? ¿Por qué yo?
La viejita de al lado tiene gatos, ya la he estado viendo cuidadosamente, la típica vieja solterona que llena el vacío de su corazón a puro gato, tiene 10 gatos y todos son negros, ¿o eran 11?; nunca lo vi a mi amigo el acosador.
 Todo se fue a la mierda cuando escuché un maullido, casi un grito de mujer desesperada debajo de mi cama. Me levanté espantado. Y ahí estaba el gato blanco del demonio, que no me dejaba tranquilo. ¡Si lo hubieran visto, casi que podía hablar!, casi que le entendía lo que decía. Me asusté mucho y con mucha velocidad escondida por años en el interior de mis huesos, agarré la escoba. Miles de años que no me asustaba, pero mi instinto del miedo estaba ileso al paso del tiempo.
 A mí me gustan los animales, pero este, ya me colmó la paciencia. Tengo que matarlo, lo voy a matar.
Agarro la escoba por la parte del cepillo y lo intento golpear con la punta del palo. Debajo de la cama hacía ruidos aterradores, y yo gritaba “¡CALLÁTE, TE VOY A MATAR HIJO DE PUTA, YA ME CANSASTE!”. Y el gato seguía haciendo estos ruidos espantosos, creo que lo escuché reírse a carcajadas. Ya no sé qué pensar.
Los primeros golpes que le tiré no le hice nada. Lo vi que salió corriendo para la ventana que estaba abierta, se escapó. Un cagón, era desafiante y ahora que lo tenía arrinconado era un cagón.
Entonces salgo a buscarlo a fuera, esta era la última vez, era definitivo.
Veo que se metió por la ventana de la casa de la vieja. ¡YO SABÍA!
Golpeo la puerta a la anciana y no me atiende. Bueno es normal, eran como las 3 de la mañana, capaz dormía la vieja. Así que, me meto por la misma ventana por donde entró el gato sin pensarlo dos veces. Veo a los 10 gatos negros asustados mirándome y escondiéndose de mí, pero no veo ni al gato blanco ni a la vieja, capaz estaba con ella.
  Instintivamente agarré la plancha que estaba arriba de la mesa y subí las escaleras para la habitación de la vieja. Abro la puerta y veo el gato en la cama, pero la vieja no estaba. Lo quedo mirando, lo desafío, y sentí que se me iba a escapar de nuevo, así que antes de que se moviera se la tiré, le tiré la plancha. Le pegué justo en la cabeza antes de que se escapara. El golpe fue tan fuerte que uno solo bastó, pero yo, estaba tan encarnizado que agarré la plancha con violencia y lo golpeé, y golpeé, y lo seguía golpeando. Está demás decir como quedo mi ropa y la pieza de la vieja, un desastre. Pero este hijo de puta no me molesta más.
Voy al baño a lavarme las manos y vuelvo para limpiar el desastre de sangre que hay en la pieza.
Y lo que pasó es imposible, el gato ya no estaba, la sangre ya no estaba, arriba de la cama estaba la vieja. Con sus pelos canosos que le tapaban media cara, y con sus ojos amarillos me miraba y se reía despacito, “je jeje ji jiji”. Dijo unas palabras raras, en forma de canción, que no tenían ni un sentido. Yo no entendía nada, mi cara se puso perpleja y la vieja seguía riendo, “jeje je, jiji ji” Entonces salí corriendo de la habitación, pero al llegar a las escaleras tropecé, me golpeé la cabeza y me desmayé.
Cuando al fin despierto, veo a mí alrededor a 10 gatos negros muy asustados ¿o tal vez 11?, veo a la vieja con sus pelos blancuzcos y sus dientes picados que sonreían mientras se mordía el labio. Sostenía en sus manos arrugadas y manchadas con sus uñas largas y mugrientas un espejo redondo y antiguo. Ya no era yo, ya no era un hombre, no era un humano, era un gato, un gato negro.


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