domingo, 26 de enero de 2020

Un perro mestizo

Estoy en el puente interprovincial. El límite de Neuquén y Río Negro. Lo espero a un lado de la ruta 22, como lo habíamos pactado hace unas horas atrás. La suma de la plata que me prometió me alcanza y me sobra para irme de la Argentina. Andar con plata de un día para otro es raro acá.
    Una Ranger estacionó a un lado y el gitano bajó. El gitano, así me dijo que lo llame, aunque dudo de que en realidad lo sea, es como me habían dicho que era. Abrió la puerta de atrás y sacó con esfuerzo un bolso de cuero que se retorcía y producía gritos apagados. El gitano me miraba como esperando a que me mueva, a que dijese algo, ¿pero qué mierda iba a decir?  no se me ocurrió ni una puta palabra.
-Sacá al perro- me dijo.
-¿Qué?
-¿Sos sordo pelotudo?
     Me quedé unos segundos mirándolo. Abrí el bolso. Adentro hay un perro y una chica. Veo al perro, veo a la chica, los dos están asustados.
-¡Sacá al perro!- me gritó el gitano
Saqué al perro a la vez que luchaba con la piba para que no se salga.
-¡Sacame de acá!, ¡dejenme salir hijos de puta!, ¡No me toquen, hijos de puta!
En la lucha, agarro al perro de la oreja, hasta que con mi mano libre pude cerrar el bolso con la piba dentro. El perro me muerde la mano, me entierra los colmillos en un corte oblicuo de la muñeca hasta la palma. Si no fuera porque el gitano le pega una patada que lo tira al piso, seguro se me escapaba. Y como se escapaba el perro de las manos también la plata.
     El gitano es viejo pero se nota que tiene fuerza, la suficiente como para derribar al perro de una sola patada. El perro, no tan grande, y a pesar que se ve arruinado, tiene sus quilos. Es un perro común, un perro mestizo, parece sacado de los barrios pobres. El gitano da otra patada y el perro aúlla. Siento que la última patada tenía mi nombre, por mi ineptitud, ¿en donde íbamos a conseguir otro perro a esta hora?
    Por primera vez desde que llego el gitano me habla tranquilo.
- Subí el bolso a la camioneta y agarrá al perro - sacó una pala del baúl - Seguime.
    Lo sigo. Él lleva la pala. Yo cargo al perro. Está pesado y tiene olor a basura. Estamos bajando al río. Deben ser casi las cuatro. No se ve casi absolutamente nada, pero la luna se refleja en el río y se escucha el agua chocando contra las piedras.
- Dejalo en el piso- me dijo tranquilo como antes.
Dejé al perro en el piso y el gitano me dio la pala.
- Cortale la cabeza- me dijo
Me quedé viendo su silueta oscura; - Pero esto es una pala - le dije incomprensivo.
- Sí - me dijo el gitano
- ¿Usted quiere que le corte la cabeza con una pala?
- Sí - me dijo el gitano
Me quedé mudo buscándole en la oscuridad los ojos al perro, hasta que finalmente los encontré, esos ojos que me miraban atravesando la oscuridad. El perro ahora es un bulto negro que se queja, un bulto negro que me mira. Se oye el perro y el río. Agarré la pala con las dos manos, y como si estuviese por cavar el pozo más profundo de mi vida le apunté a la garganta, y la bajé, bajé la pala con todo mi peso. Una vez, dos veces, tres veces. La pala tocó la tierra. El gitano no habló pero hizo un gesto que sí pude diferenciar. Me sacó la pala de las manos y apuntó la cabeza del perro. Volvimos a la ruta. Llevaba el hocico con mi mano lastimada. Con la luz de los faroles vi que ya no había diferencias entre mi sangre y la del perro. Sus ojos muertos seguían clavados a mí.
El gitano guardó la pala - Metela al bolso.- me dijo; y sin mirarme entró a la cabina del conductor.
Abrí la puerta, abrí el bolso. La piba me miró aterrorizada. -Perdón.- le dije. Y dejé la cabeza ensangrentada dentro del bolso. La chica gritaba. - ¡Qué hicieron!, ¡qué hicieron!
Cierro el bolso. Otra vez gritos apagados.
-Subite - me dijo el gitano señalando el asiento del acompañante.
     Me subí. Arrancó la camioneta.
- No pidas perdón - me dijo mirando al frente.
- ¿Por qué?
- Los hijos de puta no piden perdón.- sonrió
     Paró frente a una casa grande y vistosa. Gente de plata.
-Bajala. Ponela en la vereda.- me dijo el gitano
Lo hice. Volví al auto. El gitano arrancó.
-¿Esa es la casa de la piba?- me atreví a preguntar
-Para que aprendan - dijo
Supuse que sí. No entendí qué era lo que debían aprender, ¿que  el mundo está lleno de hijos de puta?, no le respondí, y le pregunté por el perro.
- ¿Qué tiene el perro?
- ¿Era de ella?
- Era un perro cualquiera. Como vos. - me respondió.
     Llegamos a mi casa. El gitano sacó de la guantera un sobre, "lo que acordamos", dijo, y entonces bajé. Voy hacia la puerta. El gitano todavía no se va, me mira cómo busco mis llaves. Baja la ventanilla y me vuelve a hablar.
- Che, el perro.- me dijo
- ¿Qué tiene el perro?
 - Yo lo hubiese matado... digo, antes de... lo hubiese matado, antes. Un golpe, no sé.
Lo quedé mirando sin decir nada, hasta que se fue. Entré a mi casa y dejé el sobre en la mesa, junto a la botella de coñac que estaba tomando la noche anterior.
      Agarré mi celular. Me saco dos fotos. El flash me golpea las pupilas. Veo quién soy. Veo quién ya no soy. Veo los ojos del perro. Abro el coñac. Esos ojos muertos mirándome. El daño ya está hecho. Ahora debo dañar esa parte del cerebro que crea los recuerdos para que se apaguen las imágenes. Esos ojos.




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