jueves, 23 de enero de 2020

Disfraz de margarita - Argos

En las praderas que broncea el sol entradas las seis de la mañana hasta las nueve pasado el mediodía, nacen en primavera, ciertas margaritas silvestres muy particulares. Matilda sabe de ellas y su particular belleza. Todos los días sin falta, cruza el campo para regarlas, se lo toma como un trabajo no remunerado, aunque su sueldo es verlas en su primer color de la mañana tan cuidadas y saludables como cuando se aproxima un nuevo ocaso. Sin embargo, aunque nadie lo hubiera creído, Matilda es humana, un día enfermó y desde entonces ya no pudo hacer el mismo viaje de todas las mañanas para encontrarse con las margaritas. Me dijo que se sentía muy sola y enferma, y pensaba que las margaritas también se estarían sintiendo solas y enfermas. "Te traigo un par en un florero, y las dejo junto a tú cama" le dije, y me contesto, "¡NO!"; su respuesta me hizo sentir que iba cometer un asesinato. Maltida era la única persona que las margaritas conocían, y podría jurar, que Matilda se sentía como su madre y ellas como sus hijas. Las alimentaba y educaba en su regazo de amor materno, y viceversa, pues hijos e hijas enseñan a ser madre a su vez. No me cabió duda, al verlas, y lo comprobé con mis propios ojos, que Matilda es quien era alimentada, cuidada y educada por las particulares margaritas que nacían entre los yuyos rodeados de arbustos enanos y la vigilancia imponente de un nogal que aparentaba el triple de la edad de Matilda. Supe esto al llegar a este santuario de la vida, y pude comprender al fin, las historias de Matilda y su secreto,. Después de muchos mates con Matilda e ir incontables veces a encontrarme con estas peculiares y simpáticas margaritas, descubrí, como dije, su secreto. Las margaritas le enseñaron la técnica milenaria del disfraz, y a cambio (porque siempre hay algo a cambio. Ley primera de la alquimia.), Matilda les enseñó a ser Mujer. En un esplendido disfraz de mujer, Matilda se paseaba por el pueblo, hacía las compras de siempre, sin que nadie se diera cuenta que vivía una margarita entre nosotros, una margarita entrenada en el arte del disfraz. Cuando yo iba a su casa por las tardes, no sabía si hablaba con Matilda o con las margaritas, cuando iba al campo siempre verde, no sabia si allí estarían las margaritas o Matilda en su lugar.
Matilda enfermó y murió. A fin de cuentas es humana, y las margaritas, particulares o no, son solo flores.
 Matilda y las margaritas (ya no se con quien pasé más tiempo, si con una o con las otras), me enseñaron la sencilla profesión del disfraz, la hermosa sencillez que amé de Matilda y que me reconcilia cuando me siento sólo y enfermo.

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