lunes, 27 de enero de 2020

Un cuerpo lleno de hormigas

Lleno. Un cuerpo, acaecido en el suelo. La truculenta completud de un cuerpo vibrante, carcomiéndose, desintegrándose. Dueño, solamente, de su abandono y arrojo, de las miradas casuales de quien pasa sin interés, frente a lo que antes fue un gato. Sí, un gato, ese cuerpo era un gato. Con todas y cada una de las cualidades que hacen, de un gato, un gato. Un gato que supo de manos y regazos, de soledades elegidas, miradas furtivas, siestas y baños sin horarios ni demoras, de la espectacular valentía que implica, aún siendo un gato, cruzar la calle de la avenida Alem en la hora pico. Un gato, que ahora, nadie se digna en sepultar, ni a tocar, ni a ver. Por miedo a ver lo que cualquiera con ojos que funcionen y tenga el sentido común intacto vería. Un cuerpo. El miedo de cruzarse durante nuestra cotidiana vida con la ambigüedad que genera algo tan común como un simple gato y el sentimiento de lo desposeído y arbitrario. Un cuerpo. Lleno, un cuerpo lleno, un cuerpo lleno de hormigas.




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